02/04/200426/09/2004
Obra gráfica y cerámicas de Picasso
Pablo Picasso se apasionó por la obra gráfica, que cultivó en todas sus posibilidades a lo largo de su vida, concediéndole un valor intrínseco. Como un modo de expresión independiente de la pintura, la escultura o el dibujo, abordando la plancha de grabar, la piedra o el linóleo con una visión directa. Gracias a su padre, Picasso tuvo en su niñez y adolescencia una esmerada formación, siempre dentro de los cánones clásicos, que posteriormente supo innovar de un modo vanguardista, utilizando el dibujo y las diferentes opciones de la obra gráfica como ámbito para experimentar, analizar y recrear lo que recordaba, gracias a su portentosa y lúdica imaginación.
Así, desde el 2 de abril hasta el 26 de septiembre 2004, el Museo Picasso Málaga acogió en la sala temporal de su planta baja una amplia muestra de la obra gráfica de Picasso. Una posibilidad de descubrir, en los 62 trabajos expuestos, todas las técnicas que el poliédrico genio picassiano desplegó en este terreno: aguafuerte, punta seca, aguatinta, litografía, xilografía, linóleo o monotipos, controlando en todo momento hasta el último detalle del proceso creativo, demostrando que su dedicación al grabado no es una simple traslación del dibujo a una piedra o a una plancha de madera, cobre o zinc. Simultáneamente, en el patio cubierto del Museo se exhibieron seis piezas de cerámica. Todas las obras procedian de la Colección del MPM y del Préstamo a 10 años prorrogable de Bernard Ruiz-Picasso, de cuya colección se mostraban asimismo dos dibujos, préstamo a un año a la pinacoteca, y una pequeña figura en barro procedente de los fondos del Museo.
Obra gráfica (1905-1971)
Interesado en dominar todas las técnicas posibles: aguafuerte, punta seca, aguatinta, litografía, xilografía, linóleo o monotipos, controlando en todo momento hasta el último detalle del proceso creativo, la dedicación de Picasso al grabado no es una simple traslación del dibujo a una piedra o a una plancha de madera, cobre o zinc. Picasso, igual que ocurriera con otros creadores que a su vez fueron grandes grabadores, como Durero, Rembrandt o Goya, por citar algunos de los más conocidos, no sólo dominó la técnica tradicional, sino que experimentó en su laboratorio innovadores procesos hasta conseguir nuevos efectos que dependían de la superficie utilizada. Prueba de ello son sus originales linóleos, considerados por Pierre Daix “pintura en relieve”, un calificativo que se puede comprobar en la plancha original de 1959 expuesta, en la que el artista labró con gubia uno de los innumerables retratos de su última esposa Jacqueline Roque.
De los 72 grabados de la Colección del MPM, se exhiben ahora un total de 62, que abarcan el período 1905-1971, aportando una visión diáfana y definitiva de la dilatada producción del Picasso grabador. Sin embargo, como ocurre en muchas colecciones, no todas las épocas están igualmente representadas, aunque sí lo están -con numerosas variantes- todas las técnicas que utilizó.
La muestra se inicia con Los pobres, 1905, una obra de juventud a caballo entre sus etapas azul y rosa, con ese hombre barbudo y contemplativo, junto a su familia en un paisaje sombrío, y continúa con el soberbio Retrato de André Breton, visto de tres cuartos de perfil, 1923, un aguafuerte que muestra al poeta con 27 años, en actitud sosegada, invitando a que la mirada del espectador se concentre en los ojos y contornos de la cara del escritor francés.
En la segunda mitad de los años veinte el artista malagueño realizó una serie de dibujos y grabados sobre el tema del pintor y su modelo. En la Colección del MPM se encuentra el aguafuerte Pintor trabajando, observado por una modelo desnuda, uno de los 13 que Picasso hizo por encargo del marchante Ambroise Vollard para ilustrar el relato de Balzac Obra maestra desconocida. De este período también sobresale Rostro, una litografía de 1928, dedicada a Marie-Thérèse Walter e inspirada en una fotografía, donde captó de modo íntimo las suaves facciones de su nueva pareja, que contrasta con Cabeza de perfil, 1933, abstracta y realista a la vez, con trazos escultóricos que confieren un misterioso atractivo a Marie-Thérèse.
En la década de los treinta, Picasso realizó numerosos grabados en torno al desnudo femenino en interior y exterior: bacanales, escenas en la playa, alegorías musicales, al tiempo que afianzaba su dominio con la punta seca, como se puede observar en Escultura. Cabeza de Marie-Thérèse Walter, donde las distintas partes de la cabeza se han reducido a un conglomerado de elementos elípticos, enlazando con los trabajos escultóricos de Boisgeloup; en Minotauro acariciando con el hocico la mano de una mujer dormida, dedicada al hijo de Pasifae, mitad toro-mitad hombre, que consta de 11 grabados del total de 100 de la suite solicitada por Vollard, realizada con una gran simplicidad de líneas; o en la gran expresividad de El lamento de las mujeres, una de las 16 escenas que Picasso realizó para ilustrar la comedia griega Lisístrata. Destacan tres aguatintas de finales de los años treinta: Busto de mujer con pañuelo, con un perfil natural y realista y una gran variedad de tonos; y los dos retratos de Dora Maar, a cuatro tintas, uno derivando a rosa y el otro hacia un rojo intenso, siempre conservando los rasgos figurativos de la artista.
En el inicio de los años cuarenta Picasso retoma el tema de la muerte, y esa investigación se puede observar en Composición con calavera, una litografía de 1946, en la que representó un libro, una calavera y una jarra -aludiendo simbólicamente al saber, la muerte y la vida-, hasta enlazar con la tradición del bodegón español. Una pieza singular es el retrato de Françoise Mujer joven con corpiño a rayas, una litografía realizada en 1949 que deja patente la fascinación que Picasso sintió por la belleza de la madre de dos de sus hijos –Claude y Paloma- en la que sus intensos ojos nos recuerdan una máscara antigua de Grecia o Egipto.
A Picasso siempre le interesó captar a escritores y poetas, y en la colección también se encuentra el aguafuerte Balzac, según Rodin, 1952, donde, reinterpretando al autor de Padre Goriot visto por los ojos del artífice de El Pensador, fijó al escritor rechoncho, junto a un estudio de cuerpo obeso sin cabeza y una cabeza suelta. De finales de los cincuenta conviene citar tres linóleos, variantes de una ilustración que hizo para el libro 40 Dessins de Picasso en marge du Buffon, en los que, con dinámicas líneas, representa al pichoncillo en un escenario natural; varias escenas de bacanal con niño, con hombre o con búho, inspiradas en un tema grecorromano; una litografía a seis tintas, que nos descubre su estudio en La Californie; y los dos bustos de Jacqueline, nueva musa del pintor, resaltando la nuca y la blusa en el primero, mientras en el segundo destaca la expresión de sus ojos.
De los años sesenta y hasta 1971, la muestra incluye: escenas báquicas; Jacqueline vestida de novia, con sombrero o con blusa estampada; Cabeza de hombre barbudo; cuatro instantes de la Suite 347, realizada por Picasso en 1968, tres que aluden a la figura de la Celestina, y otro a Rafael y la Fornarina; y los cuatro aguafuertes de su última gran suite, la 156, cargada de erotismo como si fuera un extraño homenaje a Degas y al observador distante, ya que para Picasso el grabado, como el resto de su producción, era un acto de voyeurismo.
Dos dibujos del préstamo a un año de la Colección de Bernard Ruiz-Picasso y una escultura propiedad del MPM, nos conectan automáticamente con dos personajes de gran peso en la obra expuesta en el Museo. De un lado, la elaborada creación en tinta china sobre papel Mujer sentada, de 1938, representando a Dora Maar. Como contraste, el Desnudo de pie, de 1944, donde unos sencillos trazos de lápiz confieren movilidad a las sugerentes formas de Françoise Gilot. Y que, a su vez, establece una correlación con la Mujer de pie, modelada en arcilla blanca por Picasso en 1947, que se exhibe a su lado.
Como ceramista, Picasso establece un abierto diálogo con su trabajo escultórico, dada la gran capacidad que poseía para experimentar con diferentes materiales. Su versatilidad plástica, unida a un espíritu vanguardista, le hizo superar la tradicional separación de géneros artísticos. Prueba de ello fue la cerámica, donde pudo ejercer su magisterio con el dibujo, sus extraordinarias dotes de pintor y ese don tan sutil a la hora de modelar formas clásicas y modernas.
Cerámicas de Picasso ( 1948-1965)
Su verdadera faceta de ceramista comenzó a partir de 1946, aunque sus primeras aproximaciones datan de periodos anteriores: de 1902 a 1906, cuando conoció en París a Paco Durrio, colaborador de Gauguin, y de nuevo en los años 20 junto a Jean Van Dongen, hermano del pintor Kees Van Dongen. Sin embargo, no se entregó a fondo a este medio de expresión hasta que, en 1946, en Vallauris entró en contacto con la familia Ramié, propietarios del taller de alfarería Madoura, al que regresaría en el verano de 1947 dispuesto a poner en práctica personales y novedosas ideas, y al que permanecería ligado hasta los últimos años de su vida.
Entre 1948 y 1965 están fechadas las 6 piezas ahora expuestas, un reducido y selecto conjunto de obras en las que late la ilimitada potencia creadora de Picasso. También aquí, con la audacia que le caracterizó en los múltiples campos artísticos, se expresó mediante todos los formatos y técnicas posibles.
Dos fuentes ovaladas de distinta factura -datadas en 1948 y 1957- muestran sendos temas familiares en la producción picassiana: la cabeza de un fauno y una corrida de toros. Por su parte, otro Fauno (1957), para cuya ejecución Picasso recurrió a la técnica de la terra siggilata romana, se adueña de uno de los grandes platos, cediendo el protagonismo al Rostro (1965) pintado con engobes y óxido en otro de similares dimensiones.
De los variados y caprichosos objetos a los que Picasso dotó de vida en su producción de cerámicas se incluye el Insecto que imaginó a modo de vasija, donde las asas destinadas originariamente a su transporte se han convertido en patas del singular animal, y cuya cabeza ubica el artista en la boca del tradicional artilugio, producido en los talleres de Madoura en la Provenza francesa.