«Frank Burty Haviland fue amigo, coleccionista y admirador de Picasso, y también él pintor cubista. En 1911, Picasso veraneó cerca del monasterio que Burty —como le llamaban los amigos— había comprado el año anterior en Céret, y allí inició un período de trabajo y diálogo con varios pintores, entre los que destacaba Georges Braque. Como escribía Picasso a Daniel-Henry Kahnweiler: ‘Las ideas de nuestros amigos son realmente divertidas… Yo creo que Braque está muy contento de estar aquí… tiene montones de temas en la cabeza’ [1]. En efecto, aquel verano en Céret significó un punto de inflexión en el desarrollo del cubismo: para el historiador del arte T. J. Clark, fue en la relativa calma de Céret donde Picasso y Braque elaboraron juntos el cubismo como ‘un sistema de representación hipotéticamente alternativo y completo’ [2].
Cabe relacionar este pequeño dibujo de Burty, a tinta sobre papel, con una gran trilogía de retratos que Picasso hizo, en el otoño de 1910, de sus principales coleccionistas y marchantes, Daniel-Henry Kahnweiler, Ambroise Vollard y Wilhelm Uhde. En esas obras, Picasso buscaba asegurarse el apoyo continuado de quienes eran sus socios más cercanos y a la vez servirse de sus rostros como pretexto para una rigurosa experimentación formal. Es muy posible que también iniciara este boceto como gesto de agradecimiento a Burty, que fue el primer poseedor de varias obras suyas importantes, como El actor (1904-1905; Metropolitan Museum of Art, Nueva York) y La fábrica (1909; Museo del Hermitage, San Petersburgo). Pero lo más significativo es que en estos retratos cada modelo aparece reducido a un conjunto de signos distintivos dentro de un contexto cada vez más abstracto: a Kahnweiler se le identifica por su bigote y su reloj de bolsillo; a Vollard, por su frente abombada y su barba, y a Uhde por el cuello duro, los ojos penetrantes y la boca en forma de asterisco. Análogamente, la identidad de Burty está indicada por dos cilindros paralelos de cabello, una nariz afilada y una boca torcida. Esos detalles, en particular las dos crestas de pelo, se observan también en fotografías contemporáneas de Burty y en retratos que hicieron de él otros artistas, como Modigliani y Manolo Hugué.
Sobre el predominio del retrato a lo largo de la carrera de Picasso, el historiador del arte William Rubin comentaba: ‘Al redefinir el retrato como registro de las respuestas personales del artista al sujeto, Picasso lo transformó de documento pretendidamente objetivo en otro francamente subjetivo. La retratística de Picasso pone en duda el concepto mismo de identidad, que deja de ser fija y se hace mudable. Arrastradas por la pasión del artista por la metamorfosis, las imágenes e identidades de sus modelos en la vida real se disuelven y re-forman continuamente’ [3]. En ningún otro punto de la trayectoria del artista el retrato sufrió una presión tan fuerte como en el cubismo. Picasso destiló entonces la personalidad de sus modelos en una colección de signos convencionales, pero Rubin nos recuerda que su arte también hizo hincapié en la contingencia de la identidad al someterla a fluctuación, alteración y metamorfosis» [4].
[1] RUBIN, William. Picasso and Braque: Pioneering Cubism. Nueva York: Museum of Modern Art, 1989, p. 377.
[2] CLARK, Timothy J. Farewell to an Idea: Episodes from a History of Modernism. New Haven: Yale University Press, 1999, p. 213.
[3] RUBIN, William. Picasso and Portraiture: Representation and Transformation. Nueva York, Museum of Modern Art, 1996, p. 13.
[4] Comentario de Trevor Stark en: LEBRERO STALS, José. Pablo Picasso: nueva colección 2017-2020. Málaga: Museo Picasso Málaga, 2017, pp. 110-111.