Cerámicas de Picasso
09/07/2004
Se inaugura una exposición con 43 céramicas de Picasso datadas entre 1947 y 1965.
Manuel Chaves, Presidente de la Junta de Andalucía junto a Christine y Bernard Ruiz-Picasso inauguran hoy en el MUSEO PICASSO MALAGA una importante exposición de cerámicas. Oportunidad única para admirar la fantasía del artista en este ámbito cada vez más reconocido de su producción, en el que realizó auténticas piezas maestras siguiendo las técnicas tradicionales o aplicando fórmulas nacidas en su imaginación, para recrear con osadía temas presentes en toda la obra picassiana.
La verdadera faceta del Picasso ceramista comenzó a partir de 1946, aunque sus primeras aproximaciones datan de 1902 a 1906, cuando conoció en París a Paco Durrio, colaborador de Gauguin, y de nuevo en los años 20 junto a Jean Van Dongen, hermano del pintor Kees Van Dongen. Sin embargo, no se entregó a fondo a este medio de expresión hasta que, en 1946, en Vallauris entró en contacto con la familia Ramié, propietarios del taller de alfarería Madoura, al que regresaría, dispuesto a poner en práctica personales y novedosas ideas, en el verano de 1947.
Entre ese año y 1965 están fechadas las 43 piezas ahora expuestas. En este conjunto de obras apenas conocidas late la ilimitada potencia creadora de Picasso, con la audacia que le caracterizó en todos los campos artísticos, recurriendo para ello a todos los formatos y a todas las técnicas posibles. Desde la vuelta a las raíces etruscas, tal como se puede intuir en el jarrón de Pablo y Françoise de 1950, a la frescura con que hace un guiño al pop en la vasija Bikini de 1961.
Platos ilustrados con cabezas de cabras, caras, faunos; jarras con sagaces interpretaciones antropomórficas, vasijas con caprichosas formas y ornamentaciones, palomas modeladas a mano y figuras femeninas en variadas actitudes, homenaje a las clásicas tanagras. Objetos multiformes que recrean en atrevidos estilos decorativos temas presentes en la toda la obra picassiana. Pintados, vidriados, recurriendo a métodos conocidos, según las técnicas tradicionales en las que Picasso se documentó concienzudamente –no faltan las reminiscencias árabes y españolas- o aplicando fórmulas personales nacidas de su propia intuición.
La selección nos brinda un paseo que, cronológicamente, arranca en la vasija de 1947, metamorfoseada en mujer de anchas y potentes caderas, y concluye con el Rostro de 1965 -un plato en arcilla blanca cocida y pintada con engobes y óxido antes de su vidriado- dejando por medio piezas de singular importancia.
Las variadas formas modeladas directamente en barro por las manos de Picasso, a lo largo de 18 años, en esta exposición se encuentran representadas por unas pequeñas figuras femeninas, entre las que destacan la airosa mujer con el vestido azul; la que, púdicamente, intenta cubrir su desnudo con un paño drapeado -similar en intención a la que protagoniza el Jarrón-mujer de 1949- o aquella que, echada en el suelo, se apoya expectante sobre un codo. Asimismo, resalta por su originalidad una jarra de 1947-1948, que se adapta a las formas de un pájaro cuyo pico Picasso hizo coincidir con la boca del recipiente, y el búcaro de 1950 que revela dos rostros coronados por una guirnalda de flores.
Por último, sus clásicas palomas de 1949 y 1953, y el plato español de 1957 en el que un búho desafiante, ocupando el total de la superficie, se transforma, como golpe de efecto teatral, en el simbólico escudo de un guerrero.
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